El silencio tiene voz propia: puede ser aliado o enemigo, según el momento y el lugar. Es un refugio de sabiduría, respeto y escucha activa, pero también un síntoma preocupante de miedo, desconfianza o desconexión.
En algunas organizaciones, lo que no se dice muchas veces tiene más peso que lo que se expresa abiertamente.
En un mundo laboral saturado de reuniones, chats y notificaciones constantes, el silencio se ha convertido en un bien escaso. Sin embargo, bien gestionado, puede ser un catalizador de productividad, creatividad y empatía.
Según Harvard Business Review, los líderes que saben “dar espacio” para escuchar, generan entornos donde emergen las mejores ideas.
Esas pausas intencionales fomentan la reflexión profunda, evitan decisiones apresuradas y estimulan la participación de quienes suelen hablar menos.
El silencio también significa respeto. Escuchar sin interrumpir, contenerse antes de reaccionar o permitir un momento de pausa antes de responder, son prácticas que fortalecen las relaciones y demuestran madurez emocional.
No es casual que en culturas como la japonesa el silencio sea tan esencial en la comunicación, a tal punto que muchas veces vale más que mil palabras.
Pero no todo silencio es virtuoso. En realidad, lo que tu gente calla, lo grita tu cultura. Un equipo que se guarda opiniones, temores o incluso sus propias ideas de mejora no está demostrando prudencia: puede estar mostrando falta de confianza o miedo a represalias.
Un estudio de McKinsey reveló que en entornos donde el temor es el telón de fondo, un 42% de los colaboradores admite callar lo que piensa. Eso tiene un costo altísimo: se pierden oportunidades, se incuban errores que podrían evitarse y se alimenta un ambiente de inseguridad psicológica.
El caso de Volkswagen y el “dieselgate” es un claro ejemplo. Varios empleados advirtieron irregularidades en los sistemas de medición de emisiones, pero el temor a desafiar a la alta dirección mantuvo esas voces en silencio, hasta que el escándalo estalló. El costo fue multimillonario, y el golpe reputacional, devastador.
Por el contrario, empresas como Microsoft, bajo Satya Nadella, transformaron radicalmente su cultura fomentando el “speak up”. Allí, el silencio no es miedo: es escucha activa, espacio para reflexionar y construir.
El 28 de diciembre de 2014, el vuelo QZ8501 de la aerolínea AirAsia se estrelló en el mar de Java, causando la muerte de 162 personas. Aunque al inicio se atribuyó el accidente al mal clima, la investigación reveló que una falla técnica menor, sumada a una cadena de decisiones incorrectas del capitán, desestabilizó el avión. El copiloto, pese a percibir el riesgo, no cuestionó ni intervino, probablemente por miedo a contradecir a su superior.
Expertos del Comité Nacional de Seguridad del Transporte de Indonesia concluyeron que la cultura de respeto extremo a la jerarquía en cabina fue determinante: “El primer oficial dudó en intervenir ante las decisiones del capitán, aunque el procedimiento lo permitía.”
Este caso impulsó nuevas directrices de la OACI para fortalecer el entrenamiento en Crew Resource Management (CRM), fomentando cabinas donde todos se sientan con la libertad de hablar y prevenir tragedias.
Los líderes tienen un rol determinante: pueden cultivar espacios donde el silencio sea sinónimo de respeto y pausa estratégica, o entornos donde callar sea la única forma de protegerse. Preguntarse: ¿por qué mi gente guarda silencio? ¿Es por reflexión o por miedo? puede ser el inicio de grandes transformaciones culturales.
Al final, el silencio habla. Habla de lo que la cultura tolera, de lo que los líderes fomentan y de lo que los colaboradores sienten. Pregúntate: ¿Estás escuchando lo que el silencio te está diciendo algunas veces?
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