En tiempos donde las empresas requieren ser más humanas, más ágiles y más sostenibles, hay un valor que debería estar escrito en piedra: el respeto.

Respeto no es solo saludar con amabilidad o evitar los gritos. Es reconocer al otro como persona, no como recurso. Es tratar con dignidad, escuchar con atención, valorar con justicia y liderar con coherencia. Y en ese sentido, los líderes que no respetan a sus colaboradores están mandados a recoger. Su estilo ya no cabe en las organizaciones que quieren construir culturas sanas, sostenibles y atractivas para el talento.

Un reciente informe de McKinsey (2024) sobre salud mental y liderazgo reveló que el principal detonante del agotamiento emocional y la renuncia silenciosa en las organizaciones no es la carga laboral, sino la forma en que los colaboradores son tratados por sus líderes. El 72% de los empleados que no se sienten respetados por su jefe directo consideran dejar la compañía en los siguientes seis meses.

Y no es un tema de “sensibilidad” excesiva. Es un tema de humanidad, pero también de estrategia. Cuando un líder ridiculiza, desvaloriza, ignora o invalida a su equipo, no solo daña relaciones: rompe la confianza, intoxica el clima y debilita la cultura desde adentro. Lo que sigue es fácil de anticipar: menor compromiso, menos innovación y más rotación.

En contraposición, hay empresas que están marcando la diferencia justamente porque no negocian el respeto como base de su cultura.

Un ejemplo es Salesforce, donde el CEO Marc Benioff ha sido claro: “No hay espacio para líderes que traten mal a su gente, sin importar sus resultados”. En esta compañía, los líderes son evaluados por su capacidad de generar entornos seguros, diversos y respetuosos. Y los números lo respaldan: retención por encima del promedio de la industria y una reputación de marca empleadora que atrae a miles de talentos por año.

Otro buen caso es el de Patagonia, donde la cultura de respeto se vive incluso en los pequeños gestos: desde la flexibilidad radical hasta los canales abiertos de escucha constante. Para ellos, una cultura sólida no puede sostenerse si las personas no se sienten tratadas con justicia y empatía.

Entonces, ¿por qué todavía hay líderes que creen que el respeto es opcional? Porque durante años se confundió liderazgo con autoridad, exigencia con dureza, resultados con sacrificio ajeno. Pero el mundo cambió. Y hoy los equipos no siguen a quien impone, sino a quien impulsa a crecer con inspiración y respeto.

El respeto no es un beneficio adicional. Es la base sobre la que se construye cualquier cultura que quiera perdurar en el tiempo. Y un recordatorio urgente: si un líder no respeta a su gente, no merece su lugar. No importa cuánto sepa, cuánto logre o cuánto facture. Porque en el nuevo mundo del trabajo, el respeto no se pide. Se exige.

En Japón, el respeto no es un valor deseable.

Es un principio estructural que atraviesa la vida social, familiar y, por supuesto, laboral. Desde el saludo con reverencia hasta la manera en que se conversa con un superior o un cliente, el respeto es más que cortesía: es una forma de convivencia ética y colectiva.

En el entorno empresarial, esta lógica se traduce en jerarquías claras, comunicación cuidadosa, profundo sentido del deber y una constante preocupación por la armonía grupal (wa). Pero lo más interesante es que el respeto no solo se orienta hacia los rangos superiores: también implica cuidar la dignidad del otro, sin importar su cargo.

Por eso, prácticas como el feedback público negativo, los gritos o las humillaciones son impensables en muchas compañías japonesas. En lugar de eso, se privilegia el nemawashi (preparar el terreno antes de una decisión), el omotenashi (hospitalidad con empatía) y el kaizen (mejora continua), que solo es posible en un ambiente de confianza y reconocimiento mutuo.

Compañías como Toyota o Sony han exportado al mundo no solo sus productos, sino también su filosofía empresarial basada en la humildad, el respeto mutuo y la mejora constante desde la colaboración.

Quizá no podamos replicar todas las formas de interacción japonesa, pero sí podemos aprender algo esencial: una cultura organizacional sana comienza por tratar a cada persona con dignidad, sin excepciones.

Hagamos del respeto por las personas un activo innegociable.

Heart | Identidad, Cultura y Personas

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